Tal era el título de un ensayo que se publicaba hace un par de años, con el provocador subtítulo de “Manifiesto”. Su autor, Nuccio Ordine, profesor de literatura de la Universidad de Calabria recogía en sus páginas toda una serie de breves comentarios sobre lo extremadamente inútiles que son las Humanidades. Un recorrido por autores y obras muy recomendable. Ameno y ágil, no deja de ir a lo fundamental. Y es aquí donde quería detenerme en este comentario: con harta frecuencia consideramos como sinónimos lo útil, lo importante y lo fundamental. Confusión que ha provocado finalmente la hegemonía de la utilidad como categoría relevante para la toma de decisiones personales, económicas, públicas, privadas, profesionales, familiares… Es el momento de dedicar unos minutos a pensar si no habremos dado un paso muy en falso, especialmente en el ámbito donde nos jugamos el futuro de generaciones enteras: la educación y la universidad.
Intentaré mostrar que para ser realmente útiles, tenemos que alentar lo inútil. Me explico.
Alentar lo inútil significa, en parte, la reflexión sin un objetivo predeterminado. La investigación orientada a la producción, no es auténtica investigación. Porque en el fondo, casi se sabe ya lo que se quiere, y por tanto, se espera un rendimiento económico sustancioso. Poner las bases para que ese tipo de investigación sea posible implica el ejercicio desinteresado de la racionalidad, el deseo de saber por el saber.
Alentar lo inútil significa, en parte también, valorar la gratuidad. Porque el sentido de la vida no se compra, se descubre. Porque la ciencia puede descubrir muchos cómos, algunos qués y otros tantos porqués. Pero el para qué del conjunto de la realidad y de la experiencia humana, aunque se escape a las ciencias, no puede eludir el deseo de compresión de la razón humana. Lo que da valor a la existencia humana no guarda relación directa alguna con el precio de las cosas.
Alentar lo inútil significa, también en parte, exaltar la dignidad. Porque la dignidad no se compra, se conquista. Si lo pensamos bien, un sistema de derechos, obligaciones y libertades es muy poco práctico, y a veces inútil. Pero es el único en el que podemos decir que se defiende la dignidad humana, que se defiende a la persona por lo que es, no por lo que produce o aporta. Lo cual, no nos engañemos, es muy poco útil, la verdad. Se me ocurren muchos sistemas o modos de organizar lo humano más útiles, aunque eso sí, aparcando la inútil dignidad a un lado.
Alentar lo inútil, finalmente, significa seguir apostando por una civilización de la libertad. Porque la cultura no es un producto, ni una mercancía, sino la condición de posibilidad para que los productos y las mercancías puedan ser creados, valorados, intercambiados y producidos por seres libres que se expresan en ellos, se desarrollan con ellos, se dignifican por ellos. Los regímenes esclavistas eran capaces de crear eficaces sistemas de producción y de intercambio de mercancías. Pero relegaban el disfrute de la cultura sólo a los hombres libres, separando producción y dignidad, negocios y ética, materia y espíritu.
Una educación enfocada en conseguir resultados útiles y no en formar personas libres, es una grave pérdida. De capacidad de verdad, sentido, dignidad y libertad. Sólo quien ama la verdad, busca encontrar el sentido, defiende su dignidad y crece en libertad será una persona educada. Porque la verdad, el sentido de la vida, la dignidad y la libertad se buscan y se aman, no se poseen. Se respetan, no se utilizan. Entonces descubrimos cuán utilísimamente inútiles son.
José Angel Agejas, profesor del Máster Universitario en Humanidades UFV