«La Navidad de un ateo»,este es el artículo que ha escrito Jose Ángel Agejas, Director de la revista Relectiones y profesor del Máster de Humanidades UFV, para que nos haga reflexionar a todos sobre la Navidad vista desde cualquier ángulo:
Hace 75 años que Sartre, el filósofo existencialista ateo, tuvo la genial idea de celebrar la Navidad con sus compañeros escribiendo su primera obra de teatro. Vale, el contexto era particular, poco conocido por muchos, pero fascinante. Recordarán que este año hemos conmemorado los 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Pero el Ejército francés había capitulado cinco años antes. Prisioneros de los alemanes en Tréveris, miles de soldados, entre los que estaba el conocido filósofo, se disponían a pasar una de las navidades más tristes y desangeladas de su vida. Los capellanes castrenses habían conseguido el permiso del oficial alemán al cargo del campo de prisioneros para celebrar la Misa del Gallo, y querían ambientar toda la víspera con villancicos, cantos navideños… Entonces Sartre tuvo la genial idea de preparar una obra de teatro, como en la Edad Media, que reprodujera los sucesos de aquella noche que dividió la historia de la Humanidad en antes y después.
Barioná, el Hijo del Trueno. Así se titula la primera obra dramática del padre del existencialismo ateo. Una obra en la que se puso en juego con todo su radicalismo: la existencia humana es un sinsentido, una caída eterna en el vacío, a no ser que de verdad Dios se encarnara y fuera capaz de dar a la libertad humana el único sentido posible, el que le ofrece la trascendencia.
Cuando sus compañeros de cautiverio y de actuación le pidieron permiso para imprimir la obra, él pidió que lo prologaran con este texto: “El hecho de que haya tomado el tema de la mitología del cristianismo, no significa que la dirección de mi pensamiento haya cambiado ni siquiera por un momento durante el cautiverio. Se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes”.
Pero si leemos la obra, Sartre fue más allá. Radical como era, nos dejó la mejor descripción del Misterio de Belén que yo conozco. Juzgad vosotros mismos:
“La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que pintar en su cara sería un gesto de asombro lleno de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en un rostro humano. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo ha llevado en su seno, y ella le dará el pecho y su leche se convertirá en la sangre de Dios. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. (…)
Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y fugaces, en los que siente, a la vez, que Cristo es su hijo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: «Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí». Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive. Es en uno de estos momentos como pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella acerca el dedo para tocar la dulce y suave piel de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe”.