Lo que quiero es comprender
Hay títulos de libros que constituyen por sí mismos un programa de vida. A lo largo de las lecturas que uno ha tenido que hacer en su carrera universitaria, me han parecido fascinantes estos dos: el primero, de la filósofa judía Hannah Arendt que dice: Lo que quiero es comprender, y el otro, del teólogo Hans Urs von Balthasar, Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Seguramente parte de su atractivo reside en que son políticamente incorrectos. Pero sobre todo, porque proponen algo que apela a lo más profundo de las inquietudes humanas. Hace más o menos un siglo que la Universidad inició una deriva peligrosa, que tiene sus consecuencias sociales y culturales fácilmente visibles: el pragmatismo y la mercantilización. Sólo se estudia lo que es útil y produce beneficios económicos. Ya Ortega y Gasset entre nosotros, o Husserl en Alemania revelaron los peligros implícitos en esta dinámica. El principal de los cuales era, a mi juicio, el que hoy nos impide reaccionar con valentía: estamos confundiendo lo útil con lo importante.
¿Se puede invertir esta tendencia? Sin duda. ¿Cómo? Escuchándonos un poco más a nosotros mismos y a nuestros hijos. La curiosidad innata en los niños les lleva a querer saber y entender, no a preguntarse por la utilidad de las cosas. Si uno pasea por el campo con su hijo sabe que le preguntará por el ser de todo lo que vea, no por el para qué sirve la cigüeña, el renacuajo o el cantueso. El para qué no es la primera pregunta de la inteligencia. Es sólo una derivada a la que se puede responder bien cuando se ha comprendido primero la realidad. Nos queda la otra opción: en vez de pensar en los niños, si nos escuchamos un poco más a nosotros mismos, nos encontraremos con la misma experiencia: si me quiero comprender, si quiero descubrir cuál es el sentido de lo que hago o de lo que anhelo, sé que no encuentro la respuesta en el impreso de la declaración del IRPF, aunque no pueda eludir mi condición de pagador de impuestos. Lo que hago y es útil para el Estado, ni me define, ni me ayuda a comprenderme.
Te invito ahora a retomar los dos títulos con que empezamos este comentario. Para recorrer el camino que me lleve, primero a examinarlo todo, para poder comprender y después quedarme con lo bueno, necesitamos superar la deformación universitaria que nos limita. Tenemos que ser capaces de conocer las relaciones entre las ciencias y métodos de conocimiento de la realidad, tenemos que reflexionar sobre la diferencia entre medios y fines, y sobre la jerarquía de los mismos. En definitiva, tenemos que adentrarnos por el camino que las Humanidades nos ofrecen. No por el camino de la erudición en conocimientos y datos vinculados con las disciplinas de Letras que completen las listas de datos de Ciencias. No hablamos de añadir más datos a los que uno ya posee, pero de un campo diverso, sino de superar la perniciosa escisión entre ciencias y letras. La realidad no está dividida en ciencias y letras. La persona es una sola, pero con multitud de matices. Como la realidad. Saber cuánto peso o cuánto mido no me ayuda a entender mejor. Ni saber muchas matemáticas me enseña a amar más a mi madre. Cada uno integramos en nuestra realidad una multitud de dimensiones y aspectos que necesitamos comprender e integrar para darles coherencia. Una persona culta y formada no es la erudita, sino la que es capaz de comprender y relacionar la multitud de facetas de lo real.
José Angel Agejas
Profesor del Máster Universitario en Humanidades